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Abecedario de los vinos fantasmas. E-H

 

wine book trough a wine glass

De un cuento del escritor panameño Carlos Wynter a las notas del solista de Marillion Steve Hogarth, nuestro editor Jesús Nieves Montero recorre vinos de Chile, Italia, España y los Estados Unidos en esta nueva entrega del abecedario

E

Erasmo. 2006, 2007 y 2009 son las cosechas que ha traído a Venezuela de este vino chileno elaborado bajo el gusto del Conde Francesco Marone Cinzano, dueño La Reserva de Caliboro, la bodega que lo produce. Se ha convertido en un vino fetiche. En un vino que tiene que estar en la vinera porque es la preexistencia de algún punto de inflexión, casi siempre positivo. Del 2006 recuerdo cómo sus notas ladrillo en 2014 mostraban una evolución que podía presagiar imprecisiones en boca que se disolvían al primer sorbo. Del 2007 me llega siempre sus elegantes matices de cabernet franc, la fruta roja. Del 2009 toda la nariz, todo el perfume. Lo he descorchado en casa. Lo he descorchado en mesas en las que me siento como en casa como el Comedor del Instituto Culinario de Caracas, Amapola restaurante o Leal Restaurante. De los últimos 10 años es uno de los pocos vinos verdaderamente fetiche que tengo, que entiendo que encierra esencia divina y sospecho que tiene algún poder sobrenatural. Yo sé que lo que está dentro de la botella me dará placer, así que no tengo esa curiosidad al hundir el tirabuzón en el corcho. Lo que me interesa es ver la botella frente a mí y saber que queda una en la vinera.

F

Ford Coppola, Francis. ““¿Así que te gustó mi acto?”, asentí con la cabeza, “pero si te he dicho que es comercio: ya no hay sorpresa y la gente perezosa, la que quiere las vainas masticadas, lo compra. Por supuesto, no me refiero a ti, filósofo: tú le diste un giro que te asombró”, dice Vittorio Casagrande al narrador de El escapista, el cuento del escritor panameño Carlos Wynter. Fue lo mismo que pudo haberme dicho Coppola sobre su chardonnay Diamond Label, uno de mis blancos favoritos, desde que lo probé por primera vez en Ciudad de Panamá. Sus notas de mantequilla, su nariz de vainilla y manzanas estaban como desprendidas de un atlas del vino, sin embargo, como yo sólo había leído sobre este tipo de chardonnay y nunca había probado uno, obtuve ese giro que me asombró. Es agridulce cada vez que se pierde la inocencia con un vino del que uno había leído y tiene la oportunidad de probarlo. No es cuestión de que me guste o no el vino o se ajuste a unas expectativas que podía haberme creado. Es esa sensación de que al observar que aquello de lo que teníamos sólo insinuaciones teóricas existe, sabemos que comienza el recorrido de buscar tantos ejemplares como pueda con la ambición, probablemente exagerada, de tratar de entenderlo. Así, en cada copa de chardonnay, pero también en cada copa de champagne desde ese día en Panamá, la sombra de Coppola y su bodega siempre late.

G

Garnacha. En Campo de Borja, entre viñedos de no menos de 50 años, en enero de 2013, vi por primera vez el Moncayo. Durante el maratón de degustaciones que dirigí a finales de 2012 para mi amigo César Martínez y sus vinos de Bodegas Borsao en Caracas, Maracaibo y San Cristóbal, solíamos referir cómo esta montaña filtraba el aire que llegaba hasta las parras y era un elemento fundamental del terroir. Viñedo a viñedo, al ver el grosor de las parras más viejas, volví a pensar en la forma arbitraria en que medimos el tiempo sobre todo cuando estamos frente a un vino. La perfección de las viñas viejas nada sabe de nuestras prisas, de nuestras deudas por pagar del final del mes o del contrato que podría suponer una mejora en nuestros ingresos. Igual Borges lo explicó mejor en “El Sur” la hablar de aquel gato negro en un café de la calle Brasil: “pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.” Unos meses después en Vinexpo, en el stand de Borsao, me dieron a probar Alto Moncayo, el vino elaborado con las más viejas de esas viñas, algunas de las que había visto. Fue como un exorcismo. El gato, el contacto, el vino y yo coincidimos en un instante, en un lugar.

H

Hugo. Este homenaje al cine desde el cine de Martin Scorsese fue sobre todo un profundo acto de justicia con Georges Méliès, el rey de las ilusiones, el hombre que dio a la luna uno de sus rostros más reconocibles y que en la película vemos perdido en su tienda de juguetes, sombra tenue y lejana de su estudio de estructura de cristal. En el año 2009 terminé con dos botellas de Cenerentola DOC Orcia que compré en una venta de garaje en la importadora Véneto América en la que se ofrecieron algunos vinos de su portafolio y otros, como este tinto italiano, que formaban parte de lotes que habían sido traídos como prueba para obtener la permisología e introducirlos en el mercado y al final habían sobrado. La etiqueta tiene una estampa nocturna, probablemente la Cenicienta huyendo del baile, pero su rostro es como una máscara sin detalles, sin facciones, y está suspendida en medio de un camino solitario sólo con la luna, las estrellas y unos pocos árboles tras de sí. Elaborado por Donatella Cinelli Colombini como parte de su proyecto de hacer vino con un equipo enológico conformado únicamente por mujeres, las dos veces que descorché el vino, en el que la acidez de cereza de la sangiovese alcanzaba una elegancia desconcertante, recordé imágenes de los cortos de Méliès y también recordé una frase de Steve Hogarth, el solista de Marillion, que en sus notas para el disco compilatorio A singles collection dice sobre su canción Dry land: “When we sat down to play it, it felt completely natural and honest. I see ghosts when I sing it.”. Cambio play it y sing it por drink it y resume la experiencia.

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