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Ignasi de Solá-Morales, el arquitecto español de los descampados olvidados
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LOS 'TERRAIN VAGUE'

Ignasi de Solá-Morales, el arquitecto español de los descampados olvidados

Repasamos el pensamiento de este urbanista tan poco conocido al que ni el mismísimo Marc Augé, fallecido este pasado verano, y sus no-lugares hacen sombra

Foto: Una de las pocas imágenes que hay disponibles de Ignasi Solá-Morales, extraída de su sitio web.
Una de las pocas imágenes que hay disponibles de Ignasi Solá-Morales, extraída de su sitio web.

Este verano nos dejó uno de los pensadores más célebres de nuestro tiempo, Marc Augé, quien acuñó el término de "no-lugares" para referirse a esos espacios cotidianos de la sobremodernidad, como llamaba él a nuestro tiempo histórico. Tras definir distintos lugares urbanos bajo el escalpelo antropológico, llegó a la conclusión de que hay ciertos espacios (paradas de autobús, aeropuertos, centros comerciales) en los que los individuos no llegan a reconocerse a sí mismos ni a los demás, pues impera el anonimato, la fugacidad, la superficialidad y el desconocimiento del otro.

Solo habitamos los no-lugares para llegar a otra parte. "De no-lugar en no-lugar", que dirían los Biznaga. Nada sucede en estos espacios, pues la vida se queda en modo espera. Lo más curioso de este concepto antropológico urbano es que expande sus barreras físicas. El "no-lugar" ya no es solo un supermercado o una estación de tren, sino una nueva ciudad a la que te acabas de mudar y en la que careces de relaciones significativas o profundas con tus vecinos; el país de acogida al que te has movido y que no conoces ni el idioma; el piso que estás compartiendo con más de 30 años a causa de la precariedad con gente que no son tus amigos. Es por ello que adquiere una dimensión psicológica. Y, de algún modo, es el término que mejor representa la soledad metropolitana.

Foto: Viajeros sentados en el invernadero de Atocha. (A.F.)

Pero hay otros espacios geográficos dentro de la ciudad que ni siquiera adquieren ese estatus de "no-lugar" y que, por tanto, están infrarrepresentados (al menos en la discusión académica de la antropología urbana). Se trata de los solares, edificios deshabitados a medio derruir, así como ruinas arquitectónicas o parques en estado de abandono. De ellos habló el arquitecto catalán Ignasi de Solá-Morales, fallecido mucho antes que Augé, en 2002, y quien decidió ahondar más en la antropología urbana con títulos imprescindibles como Arquitectura y Existencialismo: Una crisis de la arquitectura moderna (1991). A estos lugares los llamo terrain vague ("terrenos vagos", en español), ya que a diferencia de los no-lugares, ni siquiera hay individuos: el propio espacio está sumido en un proceso de espera.

Más allá del no-lugar

Los terrenos vagos los encontramos a diario con tan solo pasear cinco minutos por una ciudad hiperpoblada. "Son lugares aparentemente olvidados donde parece predominar la memoria del pasado sobre el presente", como los definió él mismo en 1995. "Son lugares obsoletos en los que solo ciertos valores residuales parecen mantenerse a pesar de su completa desafección de la actividad de la ciudad. Son, en definitiva, lugares externos, extraños, que quedan fuera de los circuitos, de las estructuras productivas".

"El fin del habitar es morar y el proceso del construir es levantar una morada"

Imposible no acordarse del término hauntología que el filósofo Jacques Derrida acuñó tres años antes para referirse a esas presencias que ya no están, pero que de algún modo perviven en el presente, del que hablamos ampliamente en otro artículo. La mejor manera de comprender este término un tanto críptico es sin duda asomarse a la discografía del músico Burial, quien recicla sonidos olvidados de canciones del pasado con un tono fantasmagórico para dar a luz a sus creaciones sonoras. El análisis cultural que hace el teórico Mark Fisher de su obra nos invita a imaginar a este músico británico paseando por los polígonos industriales de la escena rave londinense plagados fantasmas de jóvenes que antaño bailaban noches enteras y ahora permanecen vacíos. Sí, esos polígonos industriales que surgen en nuestra mente al escuchar a Burial podrían ser también un terreno vago de Solá-Morales.

Foto: Ese momento en el que el pasado, presente y futuro confluyen. (iStock)

Solá-Morales forma parte de una corriente de arquitectos preocupados no solo por las cuestiones técnicas relativas a la construcción de un edificio, sino también por la propia esencia de lo que significa habitar un espacio, y en este caso, habitarlo con los otros. "Hay un camino, un proceso por el cual el hombre debe llamarse al habitar. Pero ese proceso no es otra cosa que una construcción. Algo que está por hacer y que se hará paso a paso, reuniendo los elementos necesarios. Es por esta razón que el habitar lleva al construir y la construcción es el proceso por el cual el hombre congrega cosas, objetos, pero también se reúne con otros (...). El fin del habitar es morar y el proceso del construir es levantar una morada, es decir, un lugar en el que la vida se entretenga con las cosas y en la que este habitar constituya un germen espiritual, moral".

placeholder Un 'terreno vago' de Cádiz en el que algún día, tal vez, se construya un hospital. (EFE)
Un 'terreno vago' de Cádiz en el que algún día, tal vez, se construya un hospital. (EFE)

Y, en este sentido, el término terreno vago no adquiere una connotación negativa como sí lo hace el de "no-lugar" de Augé. En cambio, Solá-Morales reivindica estos espacios por su improductividad y que, por tanto, salen de las lógicas capitalistas de nuestra era. "Frente a la tendencia generalizada a reincorporar estos lugares a la lógica productiva de la ciudad, transformándolos en espacios reconstruidos, Solá-Morales reclama el valor de su estado de ruina e improductividad", aseveran desde la página de urbanismo Atributos Urbanos. "Tan solo así, estos extraños espacios urbanos pueden manifestarse como ámbitos de libertad alternativos a la realidad lucrativa imperante en la ciudad tardocapitalista, una realidad anónima".

"El habitante de la metrópoli siente los espacios no dominados por la arquitectura como reflejo de su misma inseguridad"

Frente al no-lugar de Augé, que fuerza al individuo al anonimato y a la fugacidad de las relaciones, el terreno vago de Solá-Morales representa su símbolo, su encarnación. De ahí que cuando nos topamos con un solar vacío o un parque abandonado, sobre todo si estamos atravesando una época solitaria, sintamos como mínimo una sensación estética de identificación, similar a cuando nos asomamos a esos lugares metropolitanos que tan bien retrató el pintor Edward Hopper. "Extranjeros en nuestra propia patria, extraños en nuestra ciudad, el habitante de la metrópoli siente los espacios no dominados por la arquitectura como reflejo de su misma inseguridad, de su vago deambular por espacios sin límites que, en su posición externa al sistema urbano, de poder, de actividad, constituyen una expresión física de su temor e inseguridad, y a la vez una expectativa de lo otro, lo alternativo, lo utópico, lo que está por venir", expresa el arquitecto catalán.

Hacer inútil lo que ya es inútil de por sí

El individuo identifica el terreno vago con su propia soledad metropolitana, pero en vez de obviarlo, surge una fuerza en él que le interpela a habitarlo, aunque sea momentáneamente. La historiadora del arte y documentalista Anna Adell, en su precioso libro De paseo por los limbos (WunderKammer, 2022), describe así el sentido positivo de los terrenos vagos de Solá-Morales a partir de las guías de estos territorios elaboradas por la artista visual española Lara Almarcegui. "Los terrenos baldíos ganados a los ciudadanos son, si acaso, espacios comunes, catervas de creatividad. Quizá en ellos un vagabundo descubra una cabaña en la que acomodar sus bártulos, un ejecutivo se detenga a hacer la siesta entre los juncos, los niños improvisen un campo de fútbol y los gatos campen a sus anchas".

placeholder Toneldas de terrenos vagos en la exposición de la Bienal de Venecia de Lara Almarcegui, en 2013. (EFE)
Toneldas de terrenos vagos en la exposición de la Bienal de Venecia de Lara Almarcegui, en 2013. (EFE)

Adell relata el recorrido de Almarcegui, quien elaboró guías de terrenos vagos repartidos por distintas ciudades europeas. El esfuerzo de la artista española no se quedó ahí, sino que también intervino en ellos, entendiendo a la perfección el sentido de estos espacios, según Solá-Morales. Al ser lugares sin utilidad en el presente, arrojados al más puro abandono, en vez de reivindicarlos como algo sublime o artístico (como haría Burial con los "no-lugares" de Augé, extendiendo la comparación), la artista organizó actos puramente inútiles, como por ejemplo "organizar una restauración de un mercado semanas antes de su demolición", tal y como cuenta Adell. Además, consultaba el estado de las instalaciones con botánicos, geólogos, políticos y propietarios para bucear en su historia, en los detalles de su orografía o las plantas que crecían en ellos en estado salvaje.

Foto: Constant en su taller, en julio de 1966. (Wikipedia / Fotopersbureau De Boer)

De este modo, Almarcegui hizo honor a su propia naturaleza urbana inútil, vacía, carente de sentido. Por tanto, cada vez que pasemos por un solar pendiente de compra o por un parque con todos sus columpios y toboganes oxidados sin que ningún niño se atreva a jugar en ellos, no estaría de más detenernos a observarlos, tal vez habitarlos momentáneamente, imaginar en ellos una vida posible con quien más amemos o con quien nos gustaría conocer, una vida alejada de esas lógicas urbanas en las que siempre hay que producir afectos, relaciones, productos. O en el que no haya que estar constantemente moviéndose de un sitio a otro para nunca llegar a ninguna parte.

Este verano nos dejó uno de los pensadores más célebres de nuestro tiempo, Marc Augé, quien acuñó el término de "no-lugares" para referirse a esos espacios cotidianos de la sobremodernidad, como llamaba él a nuestro tiempo histórico. Tras definir distintos lugares urbanos bajo el escalpelo antropológico, llegó a la conclusión de que hay ciertos espacios (paradas de autobús, aeropuertos, centros comerciales) en los que los individuos no llegan a reconocerse a sí mismos ni a los demás, pues impera el anonimato, la fugacidad, la superficialidad y el desconocimiento del otro.

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