El violinista que toca en la calle consigue plaza en el conservatorio de A Coruña

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Germán Barreiros

Su conexión y su pasión por la música le ha permitido vivir de ella hasta ahora. Todo lo que sabe lo aprendió por su cuenta y riesgo, pero este año ha decidido probar suerte con la enseñanza oficial para ofrecerle algo más a su público

24 jun 2023 . Actualizado a las 12:13 h.

Anderson vive por y para la música. Desde que este brasileño llegó a Galicia hace ocho años lo han podido ver por las calles de A Coruña con su violín. Su música no deja indiferente ni a los viandantes, ni a profesionales de la Orquesta Sinfónica de Galicia, que incluso se han detenido a darle consejos. Tiene mucho mérito, porque hasta ahora todo lo ha aprendido de manera autodidacta. Desde niño la música fue su gran pasión. Empezó a estudiarla a través de su familia, que frecuentaba una iglesia cristiana, donde había una orquesta clásica (violines, chelos, pianos...). «Mis primos, mi hermano, todos empezamos a estudiar música allí. Yo comencé con la viola, que es un poco más grande que el violín —señala—. En la iglesia te enseñan lo suficiente para tocar sus himnos, nada más. Intenté inscribirme en proyectos socioculturales de mi ciudad para poder estudiar un poco más, pero no fue suficiente. Fui buscando orquesta, pero tampoco te enseñaban. Tuve que estudiar mucho por mi cuenta para poder seguir en una municipal, en la que no te pagaban ni nada. Estudié hasta donde pude, y también para poder tocar otro tipo, porque a mí me gustaba tocar música más allá de la de la iglesia, quería ser un profesional de la música». Un sueño que está a punto de hacerse realidad, porque Anderson acaba de conseguir plaza para estudiar en el conservatorio el curso que viene.

Nunca se había planteado hacer la prueba de acceso, no se creía capaz. «Pensaba que no tenía nivel suficiente para entrar, piden muchas cosas. Pero este año decidí intentarlo», señala. Se descargó el temario y se puso a ello. «Había cosas que yo nunca había estudiado, que tuve que buscar por YouTube, también preguntar a amigos de la calle, que son músicos. Hay muchas personas que se acercan a hablar conmigo, y tengo los contactos. Así que les decía: ‘¿Tú sabes de intervalos? ¿De armonías?'. Y me contestaban: ‘Claro, un día tomamos un café y te explico'. Y así fue cómo hice para poder aprobar la prueba de acceso, porque no entras partiendo de cero». Además, también contó con una clase particular de Jeffrey Johnson, un violinista de la OSG. Y al final, sonó la flauta, aunque no por chiripa, sino porque el esfuerzo y el trabajo dieron sus frutos, y en septiembre, Anderson estudiará por primera vez música en una escuela oficial. «Voy a especializarme en viola. Voy a aprender lenguaje musical, armonía... Son estudios que profundizan en la parte teórica. Según amigos y profesionales, me dicen que yo tengo un buen nivel de instrumento, pero en lenguaje musical estoy un poco crudo, sé lo suficiente para leer y tocar, pero necesito algo más para poder aprovechar la música, ser más creativo y ofrecer al público algo mejor».

Porque esa es su meta. «Hacer música, que es lo que siempre he hecho, no es que ahora vaya a hacer algo diferente, y lo que hago no es por el título en sí, el título es consecuencia de sacarlo, pero sí por el conocimiento y tener herramientas para crecer como músico, tener nuevas ideas, más proyectos, tener más contactos con otros músicos...», señala este violinista. Anderson Quintiliano —ha optado por el apellido materno para tener un nombre más artístico— diferencia entre gente que toca en la calle y músicos que deleitan con su arte en la vía pública. Él se incluye entre los segundos. «Ahora hay muchas personas, pero pocos son los que viven de la música, porque se nota que van por necesidad. No es que yo no la tenga, todos las tenemos, pero yo no voy a pedir, como mucha gente malinterpreta que hace el músico de calle, tocar en la calle no es solo una cuestión de dinero, sino que es vivir del arte», confiesa este brasileño afincado en A Coruña desde hace ocho años. Para él, hacer arte es diferente a estar martilleando con un instrumento sin tocar nada. «De esta manera, no estoy agradando, ni estoy entreteniendo, ni contribuyendo a la sociedad como tal. No se puede meter a todos en el mismo saco», apunta. 

UNA BUENA IMAGEN

Él lleva toda su vida tocando en la calle, ha probado en orquestas cuando estaba en su país, pero a día de hoy tendría que tener una propuesta muy suculenta para dejarlo. Es un trabajo que le apasiona, está muy entregado, cuida el repertorio, su aspecto —suele ir de traje—, a su público —tiene espectadores muy fieles—, lleva el mejor instrumento para ofrecer siempre su mejor versión. «Una vez un grupo de señoras pasó a mi lado, y me dijeron: ‘¿Podemos sacarnos una foto contigo?' Al acercarse, me comentaron: ‘Pero, ¡qué bien hueles!'. Claro, no confundan. Porque una persona por ser negra, o porque esté tocando en la playa, no tiene por qué no estar aseada. Hay que tener una postura como músicos hacia la gente».

Anderson salió de su país con la idea de viajar por América del Sur, y después por Europa, para conocer otros países a través de la música. «La idea era venir a España porque estaba un primo de mi padre aquí en A Coruña, y regresar. Pero al final una semana antes de volver, mi primo me convenció para quedarme, que iba a conocer la cultura, otra forma de vivir... Eso fue en el 2015 y desde entonces sigo aquí. Empecé a tocar en la calle y me gustó. Hice contactos con clientes, personas que querían que tocara en sus bodas, y me ha ido bastante bien. Cada vez fui teniendo más relación con la ciudad, la gente es muy agradecida, muy cercana, y eso ha favorecido mi estancia aquí en A Coruña».

Suele descansar los domingos y los lunes, y el resto de días lo pueden encontrar entre Los Cantones y la calle Real, pero dice que con «tanta competencia» que va surgiendo, si los sitios se van ocupando, no queda más remedio que buscar otro. «La calle no tiene dueño, y si hay un músico tocando, y llegó primero, yo me voy tranquilamente a buscar otro, no tengo ni que preguntarle, porque hay sitio para todos. No hay que estar discutiendo, hay mucha gente que no entiende que la calle es un espacio público donde hay que respetar el orden», comenta Anderson, que confiesa que cambiar de zona «incluso es bueno mentalmente».

Él no ha tenido muchas quejas por parte de vecinos, solo en una ocasión una chica se le encaró por la ventana. «Yo pensé: ‘No voy a parar, voy a esperar a que ella baje y venga a hablar conmigo. No soy su hijo para que me esté gritando de esa manera. Si yo estoy debajo de tu ventana y no te gusta, o tienes un bebé o un señor mayor, es comprensible, me cambio y ya está. Pero puedes venir a hablar conmigo educadamente, yo no soy ningún terrorista que ataca a la gente... Si me lo dices bien, me muevo sin problema». Solo tiene palabras de agradecimiento para las personas de la calle. Dice que valoran mucho no solo el arte, sino al artista, el comportamiento, cómo tratan al público... «La gente me valora mucho y contribuye bastante», indica el violinista más famoso de la ciudad, que confiesa que si concentras, se puede vivir «muy bien» de este trabajo. «Yo mínimo gano unos 100 euros al día. Pero me lo curro mucho. No es salir a tocar. Me hago mis programaciones, preparo el repertorio...». Además, también lo contratan bastante para bodas, locales u otros eventos. Eso es, en parte, también por la atención que le presta a las redes o a su canal de YouTube, donde va subiendo vídeos con sus trabajos.

Anderson está encantado en A Coruña. «Tengo piña, estoy bien rodeado, bien asociado con personas de buenas costumbres... Yo intento dar lo mejor para aportar algo bonito a la ciudad». Y la gente lo sabe. No solo se paran y lo saludan, sino que se alegran y lo felicitan por sus éxitos, como el de ahora. «Te dejo esto aquí, pero no dejes de hacerlo, porque lo haces muy bien», le dicen. De momento, les hará caso. No tiene pensado dejar de ponerle la banda sonora a la ciudad.